EL OTRO JARDIN

EL OTRO JARDIN

Si usted llega de improviso, es decir, si ha entrado al jardín sin invitación o por lo menos sin guía, es probable que no la vea. Pero si presta un poco de atención, un poco más de la que se necesita para apreciar el colorido de las flores, respirar un aire al que todos coinciden en llamar puro y manifestarse sorprendido por el silencio, como hacen todos los demás, notará la hendidura en la pared, esa que está entre el ceibo y el jacarandá.

Ahora bien, pongamos por caso, que usted haya estado allí y no la haya visto, o que desconfíe de mí, porque al fin de cuentas soy un escritor y por lo tanto, tengo derecho a mentirle; en ese caso tampoco podrá verla.

Pero suponiendo que no es así y que ahora está leyendo confiado estas palabras, a la espera de que le muestre ese lugar, que todavía no existe, ni siquiera para mí, entonces seguramente podrá ver la rajadura en la separación que hay entre esos dos añosos ejemplares, plantados por quién sabe, alguno de los fundadores de la familia. Se puede entonces usted alejar del grupo y en un hábil movimiento del cuerpo sortear esa pequeña separación, que a la vista de todos es un continuo sólido y macizo. Del otro lado se sorprenderá con la extensión del jardín oculto. No es conveniente que nos pongamos a medir el ancho por el largo, ni siquiera a realizar un mínimo inventario de las numerosas especies, que usted conoce pero que no ha visto en otros lados o que, por lo menos, nunca encontró juntas en un mismo ámbito.

Entonces se decide a explorar, porque para algo se ha introducido a través de la ranura que antes describimos y que sería muy aburrido volver a mencionar. Ocurre que tomamos el camino que nos lleva al estanque. Es un camino de mohosos ladrillos rojos. Son ladrillos grandes porque son muy viejos y el estanque es como una laguna llena de plantas y también de peces. Hemos caminado, ¿cuánto? Bastante. Eso es, bastante, como para estar cansados y sentarnos; en realidad, solo se sienta usted porque yo no estoy ahí, estoy de este lado. Es usted el que está ahí, sentado en un enorme tronco caído. Debajo de un enorme baobab. Sería interesante que compruebe sorprendido los años que tiene ese árbol. Puede hacerlo contando los anillos de una rama que se ha quebrado y que todos creímos antes que era un árbol caído, por su enorme tamaño, pero solo era una rama del gigante bajo cuya sombra se encuentra. No ha de faltar alguien a quien se le ocurra pensar que si hubiera estado allí cuando la gran rama cayó, no hubiera contado el cuento. Pero usted no estaba allí y yo tampoco, por lo tanto esa rama cayó en una fría noche de invierno, cuando el viento del sur, suroeste, ese al que llaman Pampero, arremetió sobre nuestro jardín y terminó derribando la rama. Pero algo más ocurrió. Debería haber ocurrido, porque en todos los jardines secretos ocurren cosas; como por ejemplo, que alguien muera y pasen meses sin que nadie lo encuentre, hasta que llega alguna persona como usted y lo ve, o mejor dicho, la ve, porque se trata de una joven que yace amarrada a un árbol, con la poca ropa que alcanza a verle, totalmente raída. Es lógico que se le acerque intrigado y que piense en la joven como un ser vivo y apetecible, aunque esté viendo que se trata de un cadáver bastante bien conservado, si hacemos caso omiso del hormiguero sobre el que se asientan sus nalgas medio podridas. Entonces usted debe pensar que tal vez fue una mujer hermosa, tal vez fue violada, tal vez el que lo hizo era un pariente o un esposo o un amante desengañado, que quizás solo la mató por accidente. ¿O fue premeditado para cubrir la violación?, porque usted está seguro que ha habido una violación, si no ¿para qué las cuerdas? Pero eso queda a su criterio, porque para mí fueron unos compañeros de clase que quisieron hacerle una broma y por eso la dejaron atada, semidesnuda, en ese jardín oculto, sobre un hormiguero, porque en realidad no querían hacerle una broma, sino tomar venganza de su belleza, porque ella era muy linda. Y es así como luego la dejaron sola, pensando que alguno volvería a desatarla, o que alguien la encontraría, y que ella por vergüenza no le diría nada a nadie de lo que había ocurrido. Pero como nadie volvió a buscarla y como nadie pasó por allí hasta ahora, que llega usted, la pobre murió de hambre y de sed, torturada por las hormigas, enloquecida por los mosquitos, asada por el sol del mediodía. Y los que no vinieron a buscarla no dijeron nada, porque temieron que algo malo hubiese ocurrido y no deseaban cargar con las culpas y ni siquiera se lo dijeron entre ellos, porque ¿para qué?, si ya lo sabían y era muy bochornoso recordar ese momento tan cruel para el cual la educación de ese colegio caro al que iban no los había preparado. Entonces, nadie dijo nada al respecto. Pero la familia (que seguramente no la quería porque la sabían medio tonta, en el sentido de tonta hueca, deficiente mental, una carga para ellos, una carga moral y de mucha vergüenza, que los obligaba a pagar ese colegio caro y sobornar a los profesores para que no delatasen que la chica apenas podía leer y que, por otra parte, pensaban que su belleza era para ellos, más bien, un mal superficial que ocultaba el despreciable retraso mental), la familia sólo hizo una denuncia banal en la policía, diciendo que se había escapado; hasta hicieron desaparecer una valija que llenaron con su ropa para que eso pareciera verdad. Por eso nadie más la reclamó, por eso todos se olvidaron. Ahora llega usted y tiene que decidir cómo hace público su hallazgo. Tiene que pensarlo muy bien porque la historia es muy truculenta y llenará muchas páginas en los diarios. La televisión vendrá a su casa y todos hablarán de usted. Alguien pensará que es uno de los sospechosos, porque la verdad, ¿qué hacía usted en ese lugar al que no va nadie? ¿Y dónde estaba el día en que esa chica fue asesinada? Un día que usted no conoce pero que los de la policía científica van a determinar con exactitud. ¿Y si ese es un día que usted no puede explicar? Porque quizás coincida con uno de los días en que visita a su amante y le dice a su mujer que está en una reunión en lo de un cliente. Casi siempre un cliente distinto. Pero esto de todos modos no importa porque el cliente no corroborará sus dichos y su mujer sí va a corroborar que usted no estaba con el cliente; ergo, usted mintió y por lo tanto si mintió, pasa a ser sospechoso. Como es sospechoso, va a prisión y en la prisión tiene que compartir una celda con otros delincuentes. Usted sabe lo que les pasa a los violadores en las cárceles; bueno, como sabe todo eso, decide no contar nada. Vuelve rápidamente hacia el lugar por donde entró, entonces recuerda que ha dejado sus huellas cerca del cadáver. Eso puede ser grave si los de la policía científica identifican su calzado. Entonces decide volver y borrar las huellas. Utiliza una rama seca que encuentra pero no le parece suficiente, así que termina por arrojar el cuerpo al estanque. Lo desata, pero como está casi podrido se le desarma y le ensucia la ropa. No importa, piensa, porque sabe que en el auto tiene la ropa del gimnasio, así que continúa y va arrojando los pedazos al estanque. Descubre con satisfacción que los peces de colores, que parecían tan inocentes, se van comiendo el cadáver mientras los huesos se hunden en el agua turbia. Vuelve entonces al otro jardín y se encuentra con la gente. Disimula el desorden y la suciedad de su ropa diciendo que se resbaló, que se cayó en el barro. Todos hacen como que le creen. Al fin y al cabo a nadie le importa. Entonces usted vuelve a mirar hacia los árboles y no puede ver la hendidura. Y piensa que tal vez no exista esa hendidura y que todo esto no es más que un buen intento mío para atrapar su imaginación.

“El Otro Jardín” pertence al libro El Otro Jardín (Simurg, 2009)

Éste y otros libros de Carlos Costa se pueden obtener en Galerna Libros

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Susana García dice:

    Uhhhh hagamos de ser los culpables! Genial!!!

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